Es cierto, que mi pequeño blog se dedica exclusivamente a mi desafío literario a corto plazo, pero hoy quiero hacer una excepción y deseo solidarizarme con las miles de almas que sufren en nuestro país hermano de Japón y que han visto hace una semana, cara a cara a la fuerza de la madre naturaleza, sufriendo su furia y estragos en su población y territorio. Quiero dedicarle unas cuántas palabras.
Pues, quizás una de ellas o algún peruano residente en Japón lea estas cuántas líneas y pueda revivir la esperanza en su corazón a pesar de haber vivido tanta aversión estos últimos días. Dios es un ser maravilloso pero al mismo tiempo tiene el poder de aniquilar el mundo o una nación en cuestión de segundos.
No quiero entrar en detalles, en informarles que pasa realmente ahí. Para eso están los periódicos digitales, los canales de televisón. Solo soy un ser humano que se ha conmovido como muchos de la trágica y lamentable situación de el país nipón. Y siento mucho temor, pues es inevitable pensar que ocurriría si este infortunado acontecimiento se repitiera en mi país. Para serles sincera, no creo que mi familia o yo sobreviría.
Japón es un país al cual he admirado toda mi vida. Por su perseverancia, éxito, desarrollo, tenacidad, orden, organización y cultura. Sé que es fácil decir que un país con estas características puede reponerse ante una desgracia de esta magnitud. Pero, realizarlo, les costará mucho trabajo y esfuerzo. De lo que estoy segura, es que Japón saldrá airoso. No sé en cuánto tiempo, pero lo hará.
Dios los bendiga, los proteja y los guíe por esta oscura y lamentable etapa que les ha tocado vivir. La esperanza es lo único que se pierde, y aunque esta sea solo una frase, nadie puede negar su poder y valía.
Un minuto de silencio por Japón.
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